El periodismo y el covid-19

Está bajo estudio y análisis constantemente. Su acción o inacción representa críticas por doquier, en medios, blogs y redes sociales. Incluso en charlas por videoconferencias o acalorados debates por whatsapp, tan de moda por estos días de confinamiento.

Lo cierto es que el periodismo atraviesa una situación tan delicada como la epidemiológica. En tiempos del COVID-19, la información se ha vuelto indispensable y las personas consumen mas noticias que de costumbre, amparados en conocer las primicias y principales novedosas de este virus “desconocido”. Esta tendencia, que se ratifica a nivel mundial, ha puesto al periodismo otra vez bajo todos los flashes. La gran mayoría de los diarios digitales del mundo eliminaron el pago de sus noticias, algo que en nuestro país pasó sin pena ni gloria pero que representó toda una declaración de intenciones en otras redacciones del mundo. El derecho a la información en tiempos de pandemia es esencial y los medios supieron asumir la demanda ciudadana aún contra sus propios intereses.

En términos generales, los medios tradicionales se enfrentan a una paradoja. La gente se está volcando como nunca a consumir los noticieros, algo que se contradice con la recomendación que se suele brindar de informarse lo justo y necesario para preservar la salud mental. Esa fuerte demanda informativa contrasta con las dudas que se esbozan sobre el futuro de la profesión en materia financiera, sobre un modelo de negocios que varios especialistas consideran obsoleto. Eso, sumado al cierre de algunas empresas periodísticas, reducción de sueldos y también despidos -al igual que ocurren en otros empleos también- se presentan como una problemática en el horizonte inmediato de la profesión.

#SomosResponsables. El hashtag que se hizo tendencia a mediados de marzo.

En el plano de lo particular, muchos critican el oficio del periodista pero pocos proponen cómo mejorar una profesión que ha sufrido los desgastes propios del avance tecnológico y de la nefasta división entre los argentinos, comúnmente conocida como grieta. Grieta que se acrecienta con lo que el sociólogo Manuel Castells supo definir, en materia de consumo de medios, a fines del año pasado en una entrevista al diario Perfil, como el “consumo para confirmarnos no para informarnos” que implica el alejamiento del análisis que no es de nuestro agrado y el divorcio absoluto con lo que ese otro pueda observar.

Operadores, mentirosos y deshonestos son algunos términos con los que los argentinos relacionan a los periodistas, sin disociar los periodistas serios de quienes no lo son. Son generalizaciones perezosas y peligrosas que, como dijimos alguna vez desde estas columnas, son “alérgicas al pensamiento y solo nos llevan a lugares comunes que parten de la ignorancia o falta de conocimiento y donde solo prima el prejuicio”. En estos días de crisis epidemiológica, los periodistas serios -que todavía los hay- tienen que combatir la imprecisión informativa, la desinformación, la recesión económica y los agravios y restricciones gubernamentales. Una tarea más épica de lo que parece.

Párrafo aparte para éstos últimos dos ítems respecto de las ofensas e impedimentos estatales. Agravios como los que sufrieron hace algunos días los periodistas Jonatan Viale y Eduardo Feinmann, atacados por parte del presidente de la Nación -quien se disculpó al poco tiempo- y el Intendente de Pehuajó -quien no solo no lo hizo sino que manifestó su orgullo por ello en un medio ultraoficialista-, respectivamente. Ahora se entiende porque Manuelita un día se marchó sin que nadie sepa bien porqué. Sobre esto, quizás sea prudente recordar el articulo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el cual no admite discusiones respecto del derecho a la libertad de opinar y expresarse y también sobre el no “ser molestado a causa de sus opiniones”, por más que al Intendente pehuajense le pueda llegar a generar algún tipo de incomodidad. En el plano de las restricciones se percibe cierta falta de claridad en el ambiente respecto de cerciorar la libertad de expresión de todos los ciudadanos (que incluye a periodistas) con el controvertido “ciberpatrullaje” que mencionó la Ministra de Seguridad de la Nación para “detectar el humor social”, sin siquiera profundizar sobre la metodología aplicada o una mínima declaración de intenciones clara y reglamentada.

La complejidad para trabajar en este escenario dinámico y la imposibilidad de realizar preguntas en las conferencias de prensa en materia de salud son dos asuntos pendientes más que dificultan la labor periodística. En estos días difíciles que vivimos los argentinos, los periodistas deben informar con más seriedad que nunca para evitar caer en las trampas del desengaño y la crítica infundada. La mejor forma de combatir todas las amenazas que tiene el periodismo es disponer de información clara, oportuna y verídica para poder reducir los límites del temor y el pánico. Solo así podrá subsistir el periodismo a estos días y solo así, volviendo a sus valores esenciales, podrá sortear los desafíos que les demandará el futuro próximo.

@tutenriquez

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Fake news, la otra pandemia

La fórmula se repite: falso contenido y “creíbles” interlocutores. Por estos días, WhatsApp explota al ritmo de los audios falsos. Una médica dice tener “los huevos llenos” mientras brinda recomendaciones para el cuidado epidemiológico. No resulta muy creíble. En otro grupo, recibimos otro audio de una profesional de la salud que efectivamente trabajaba en el Instituto Malbrán describiendo un apocalíptico panorama en dicho lugar, algo que el propio Instituto y a quien se le adjudicaron los dichos tuvieron que desmentir. Son días de frecuentes audios en los que ninguno de los médicos se presenta y brinda alguna certeza de ser quién dice, algo que solo nos enteramos por el texto que acompaña el audio que circula, texto que pudo (y de hecho lo ha sido) adulterado en diferentes países.

Piezas auditivas acompañadas de otras teorías tan absurdas como improbables como la incidencia climática del virus y su no propagación en climas donde predomina el calor (y también el frío) o las bebidas calientes que anulan el virus en el cuerpo humano o el insólito intendente del conurbano bonaerense afirmando que iba a vacunar a todos los vecinos con una vacuna que hasta ahora no fue creada en ningún lugar del planeta tierra, son algunas de las incomodas compañías que nos llegan a diario por diferentes grupos en días de aislamiento. Precisamente en estos días donde las fake news pueden generarnos consecuencias sumamente graves como afectarnos la salud mental y generar malestar, angustia y confusión.

Algunos hicieron oídos sordos pero ya lo venía advirtiendo la Organización Mundial de la Salud durante el mes de febrero, sobre la “infomedia” y la sobreabundancia informativa y los peligros que ésta conlleva. En otros países está comprobado que el intercambio de información no verificada tuvo un impacto negativo en la velocidad de reacción de las sociedades frente a la pandemia, precisamente cuando la velocidad en la toma de medidas es un factor esencial para contenerla.

En el afán por proteger a los más cercanos y descansando en el irrefutable axioma “mejor enviarlo que no hacerlo”, muchas personas comparten contenido sin un mínimo chequeo desde la soledad de sus casas porque quiere “ayudar”. Qué se entienda bien: nadie pone en tela de juicio la intencionalidad de esas acciones pero a veces el efecto que surten es el completamente opuesto. En estos días de confinamiento obligatorio donde todos nos hemos volcado en demasía a nuestros teléfonos celulares, estamos consumiendo y compartiendo muchísimas publicaciones de forma irresponsable con los riesgos que ésta práctica acarrea. Prevenir para evitar contagios es fundamental y una manera de hacerlo es chequeando las noticias falsas y desmintiéndolas en caso de que éstas lo sean, algo que están llevando a cabo diversos sitios especializados en desinformación y chequeo de datos. Incluso la mencionada WhatsApp sumo a la OMS como herramienta y fuente de primera mano para combatir las fake news. Allí, el usuario puede conversar con un bot de la Organización y recibir información actualizada sobre el coronavirus.

Existen infinidad de estrategias para evitar caer en las telarañas de las fake news y muchas recomendaciones al respecto pero quizás las más acertadas sean el chequeo del origen de la información (¿Quién nos la envía? ¿Es fuente de primera mano o la recibió de alguien? ¿Quién se la envío a este contacto? etc.), la revisión de la autoría y contenido del material informativo recibido (Si es una nota periodística, información del periodista o medio que la difunde) y la investigación respecto del contexto, dado que es una frecuente práctica de estas noticias la difusión como actual de noticias antiguas. En materia de audios, se puede realizar un simple ejercicio, utilizando los sitios de búsquedas para revisar la información anotando las keywords -palabras claves- del audio y acompañarlo del término “WhatsApp”. Algo similar ocurre con las imágenes, las cuales pueden colocarse en estos sitios para revisar su autenticidad.

Debemos tener un comportamiento social a la altura de los tiempos que corren y eso implica no divulgar información sin saber de dónde proviene ni tampoco alimentar las noticias falsas. Es muy difícil no creernos todo lo que nos llega en una sociedad que aún en pleno siglo XXI deposita una fuerte dosis de credibilidad a la palabra escrita. La información verdadera suele presentar su fuente y es completamente verificable. Existen canales oficiales de organismos internacionales, organismos de gobierno y también algunos pocos medios de comunicación (en su sana dosis) que son imprescindibles para informarse respecto del virus. No debemos caer en teorías conspirativas incomprobables y asumir nuestra responsabilidad informativa respecto de lo que recibimos y enviamos. Desde ese compromiso con la verdad no solo gambetearemos la paranoia sino que podremos aportar una valiosa contribución al bien común colectivo.

@tutenriquez

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Coronavirus: retos y aprendizaje

Aislamiento, distanciamiento y lejanía: la situación es atípica y extraña. Atravesamos tiempos únicos en nuestra historia reciente con una declaración de cuarentena para hacerle frente a un “enemigo invisible”, tal como el Gobierno decidió llamarlo. Un enemigo sin cara que vino a quebrar con los dogmas argentinos por antonomasia. Por un tiempo se acabaron los asados familiares, las reuniones con amigos y los partidos de fútbol entre semana. Ni hablar de la calidez diaria, del saludo con el encargado del edificio o el apretón de manos con el del kiosco, la peluquería y demás.

Este Covid-19 se ha transformado en un virus disruptivo que puso en jaque absolutamente todo por unos días, aunque no tenemos bien en claro cuantos serán. Este nuevo paradigma nos desafía y nos interpela ¿Estamos preparados para el trabajo remoto o home office? ¿Seremos capaces de atravesar el umbral del egoísmo para afianzar el respeto y la solidaridad para con el prójimo? ¿Podrá la inestable economía argentina hacer frente a este panorama? Infinidad de dudas surgen al respecto y nadie tiene la llave que abra la puerta de todas las respuestas a esas preguntas que todos nos hacemos.

Es un duro desafío a las sociedades contemporáneas y, en particular en nuestro país, una prueba de fuego respecto de nuestra nuestra solidaridad para con el prójimo. No tenemos la cultura oriental que prima -a veces forzadamente- lo colectivo por sobre el individual. Son tiempos donde el Yo se debe suplantar por los “tu, el, nosotros y ellos”. Nos piden una sola cosa: quedarnos en nuestros hogares para evitar que la ascendiente curva se dispare por los aires. Evitar la propagación de este virus quedándonos en nuestras casas es tan imprescindible como el cuidado de higiene que desde diversos canales de comunicación nos piden que hagamos. Cuidarte es cuidar a todos. La enseñanza de lo que aconteció en otros lugares nos pone en un lugar de aprendizaje sobre qué es lo que tenemos que hacer. El tiempo fue amigo en esta ocasión y aplanar la curva es esencial para que el sistema de salud no colapse. Por vos, tu familia y también por el otro, necesitamos que esto no suceda. Achatar la curva implica que el sistema de salud estará cuando sea necesario y no se sature antes de tiempo. Así que, como dice el hashtag que es tendencia hace varios días: #QuedateEnCasa.

Incluso la tan denostada clase política nos brinda una señal de unidad, madurez y respeto que parece impropia de nuestro país. Alberto Fernández ha declarado la cuarentena en compañía de Horacio Rodríguez Larreta, Axel Kicillof, Gerardo Morales y Omar Perotti. Fusión de oficialismo y oposición para dejar un mensaje claro: tenemos que estar unidos y ser responsables, como bregaron los medios de comunicación en sus tapas hace algunos días. Al igual que ocurre con Fernan Quiros y Gines Gonzalez García -de curiosa ausencia en estos últimos días-, el trabajo conjunto y el bien común por sobre las diferencias serán las únicas vías institucionales para poder enfrentar esto y salir airosos.

No obstante, el coronavirus nos ha puesto en una situación incomoda. Mensajes de WhatsApp con información falsa -aprovechemos el tiempo para chequear su paradero y no difundir cosas que solo llevan a la paranoia-, personas que no sienten en su modo de vida el encierro -jóvenes pero también adultos mayores, a quienes más debemos cuidar estos días- y aplausos a los profesionales de la salud desde los balcones -profesionales que están poniéndole el cuerpo de una manera estremecedora para que la situación no se desmadre- forman parte de un cocktail explosivo que eleva los índices de sentimentalismo y emoción. Se debe hacer aislamiento físico pero no emocional. Es el momento de sacarle el provecho, mesuradamente para que las lineas y las redes no colapsen, para hablar con nuestros familiares y ser soporte emocional para aquellos que más padecen esta situación. También serán momentos para ocuparse de aquellas cosas que el quehacer diario posterga como la cálida lectura, el trabajo en el hogar y el ocio que brindan las series y películas.

El coronavirus ha modificado nuestras vidas pero debemos enfrentarlo aferrándonos al optimismo para que nos sirva de enseñanza y de oportunidad de ampliar el lente de la foto para que entremos todos y no solo sea un autorretrato. Solo desde allí podremos superar esta adversidad y saber que, como dijo Guillermo Francella en un reciente spot que se viralizó a través de las redes sociales, “esto no va a ser para siempre”.

@tutenriquez

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Coartando al periodismo

Hace algunas semanas, un conjunto de senadoras del oficialismo encabezaron una nueva cruzada contra los medios de comunicación con la divulgación de un controvertido proyecto de ley que propone un control de convencionalidad para las prisiones preventivas. En el texto se establecía la anulación del proceso cuando el imputado cree que la difusión en los medios de comunicación tuvo incidencia en su causa. La letra chica del proyecto habla de acusados por hechos de corrupción, como para dejar los tantos bien aclarados desde el vamos.

Es decir, si subjetivamente el acusado por corrupción entiende que hubo una condena previa por influencia de los medios de comunicación, la prisión preventiva podría quedar anulada. O dicho de otro modo, si los periodistas informan sobre esas polémicas causas y el juez dicta la preventiva, el acusado puede pedir su liberación. Así, el proyecto presentado no busca más que limitar el accionar periodístico, incluso prohibiendo la divulgación de contenido que figura en el propio expediente y proteger a propios frente a la avanzada judicial en estos delicados temas. Eso, aquí y en todos los países que se respira la democracia es censura, sin más rodeos.

En tierras de picaros y vivos criollos, perfectamente los corruptos podrían utilizar las redes sociales para difundir información falsa y premeditada, que luego será levantada por los medios de comunicación, quienes, en muchos casos, brillan por su ausencia a la hora de chequear la información. De ese modo, amparados en el aura de la subjetividad, sus casos estarían blindados ante la Justicia. Ya lo decía ese inoxidable refrán: “hecha la ley, hecha la trampa”. Sino pregúntenle al Embajador-Diputado-Embajador, Daniel Scioli.

La defensa de una de las autoras del proyecto habla de “regulación del uso abusivo que se hace en los medios de la información judicial”. Regulación y medios en la misma oración evidencian una escalofriante declaración de intenciones. Bajo esa premisa se garantiza impunidad al corrupto, en contraposición a esa avanzada judicial. Todo ello, amén de que el proyecto es claramente inconstitucional porque atenta de forma directa contra la Constitución Nacional y su artículo 14 y el Pacto de San José de Costa Rica, entre otros textos normativos que transgrede.

La instalación de este tema en la agenda resultó innecesaria, habiendo tantas urgencias de índole socioeconómicas que tratar y cosas más relevantes, en materia parlamentaria, en las que afinar la puntería. Estas iniciativas solo le generan un mayor desgaste al presidente, quien hace algunos días tuvo que salir a apaciguar las aguas respecto de los testimonios de funcionarios de su propio Frente sobre los presos políticos. El fuego amigo a veces despelleja más que el enemigo.

Al igual que ocurre con la Justicia, el Gobierno no pretende atacar directamente a la prensa, sino que busca desgastarla, poniendo en tela de juicio su deteriorada credibilidad y transparencia. No pretenden un ataque frontal sino que apuntan a menoscabarla, colocando la mira en cuestiones colaterales. En clave aristotélica, embiste contra lo accidental para erosionar lo esencial. En ese sentido va este proyecto. Un texto que solo busca fomentar la autocensura y quitarle algunas herramientas valiosas al periodismo de investigación, atributo inescindible de la profesión que, en nuestro país ha hecho escuela y ha tenido una vasta historia con logros y distinciones a nivel internacional. Nuevamente roguemos que prime la cordura y que no se apruebe este disparatado proyecto que, como dijo la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas, “busca desincentivar la labor periodística, reducir los niveles de transparencia y, en definitiva, favorecer la impunidad”.

@tutenriquez

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Cuando reina la generalización

Convive con nosotros. El ser humano tiene en su esencia un curioso afán por la universalización, una cualidad que es más argentina que el mate, el asado o el dulce de leche. Y, aunque no se haya dado cuenta querido/a lector/a, también estoy generalizando desde estas palabras.

Es de público conocimiento el violento hecho que ocurrió en Villa Gesell que derivó en la muerte de Fernando Báez Sosa por parte de un puñado de chicos que jugaban al rugby en un club de la localidad de Zárate. Que quede claro: los asesinos de Fernando deberán ser juzgados por la Justicia y les debe caer todo el peso de la ley por el aberrante episodio del que fueron partícipes. Pero no debemos ser nosotros quienes los juzguen, más allá de no poder comprender como jóvenes de 19 y 20 años pudieron cometer tan abominable hecho. En ese sentido, todos debemos replantearnos porqué existe esta escalada de violencia en la sociedad argentina. Porque hoy fueron chicos que practican rugby, pero ayer fueron jóvenes que jugaban al fútbol, al básquet o mismo personas que concurren a un gimnasio. No es algo propio de un solo deporte sino de una crisis que es transversal a toda la sociedad y que tiene como génesis la ausencia de la educación y los valores, tanto en el hogar como en las escuelas.

En redes sociales y medios de comunicación, algunos oportunistas de turno no dudaron en cargar las tintas contra los jóvenes por ser “rugbiers”, como si esa palabra llevara implícito el mote estigmatizante de golpeadores y asesinos, entre otros atributos que pudieron escucharse. Errónea concepción, propia de estos tiempos de facilistas y rápidas condenas sociales y poca profundización. El rugby, como cualquier deporte, dota a los individuos de muchos beneficios como el cuidado de la salud y el respeto por el otro, ya sea árbitro o rival. No obstante, claro que deben existir rugbiers golpeadores como también existen violentos que practican otros deportes (o no lo hacen), pero no podemos caer constantemente en la universalización. Por algunos casos no podemos meter a todos en la misma bolsa.

Naufragamos en aguas donde la sintetización está a la orden del día y tenemos que dictaminar verdades absolutas para un hecho o una situación. Bajo este paradigma, solo estamos condenados al error. La generalización es alérgica al pensamiento y solo nos lleva a lugares comunes que parten de la ignorancia o falta de conocimiento y donde solo prima el prejuicio. En tiempos de liquidez informativa, esta manera de simplificar la realidad encuentra su espacio ideal para generar impacto.

En esta ocasión fueron los rugbiers pero convivimos diariamente con las generalizaciones. Que “los políticos son corruptos”, “los curas son abusadores”, “los periodistas no son honestos”, “los empleados públicos son unos vagos” y “los empresarios son cagadores” son solo algunas frases que constantemente se escuchan en charlas de café y que lo único que hacen es dar un enfoque global a las cosas fomentando el divorcio de la reflexión lógica y apuntalando el odio y las rupturas sociales. No tengo duda de que existen políticos corruptos, curas abusadores, periodistas deshonestos, empleados públicos vagos y empresarios cagadores pero no se puede estigmatizar porque también existen quienes no lo son.

“Cuando todo se generaliza y se simplifica pierde categoría, desde luego que el país es mucho más diverso que eso” reflexionó el inolvidable periodista Pepe Eliaschev en una presentación de su libro “Me lo tenía merecido”, allá por el año 2009. Sus palabras invitan a la reflexión y la acción. La sociedad argentina en su totalidad debe sortear estos lugares comunes, alejándose del simplismo y asumiendo una mayor responsabilidad en sus análisis. Solamente la rigurosidad en la opinión nos erradicará de la generalización y así, tal vez, no fracasaremos en la tolerancia.

@tutenriquez

Publicada en el Diario Perfil