El legado dorado

En septiembre de 2010 escribí en un artículo que a la Generación Dorada le quedaba “la última sinfonía”. Hablaba de los Olímpicos de Londres 2012. Estaba equivocado. Para aquel entonces, lejos en el tiempo había quedado el subcampeonato en Indianápolis 02 y la victoria frente a Estados Unidos, el día que todo comenzó. El tiempo volaba. Después vino el oro en Atenas 04, el cuarto puesto en Japón 06 y el bronce en Beijing 08. El casi podio de Londres y la pronta eliminación en el Mundial de España 14 estaban en un inmediato horizonte. Aquella vez, también escribí que “esta camada de deportistas ya debe tener su espacio en la historia grande del deporte argentino por resultados, vocación, entrega y sacrificio”. Rio 2016 lo confirma. Gloria eterna a estos deportistas.

Estos tipos nos dieron el derecho a soñar. Su legado va mucho más allá de aquellas gloriosas jornadas de Indianápolis 2002 o esta derrota frente al mismo rival, catorce años después. Allí habrá empezado y aquí terminado en los números, no en el legado. Son los valores que representan, los que perseveran y los que, ojalá, se mantengan en el acervo argentino por un largo tiempo. Son la imagen de la caballerosidad, el respeto, el compañerismo y la humildad: todos ellos decadentes en la actualidad. La supremacía del concepto colectivo por sobre las mezquindades individuales es su gran enseñanza. La idea de equipo no como suma de partes sino como construcción grupal, como bloque sólido e indivisible. Magnano, Oveja Hernández y Lamas son responsables directos de este legado.

GDPepe Sánchez, Oberto, Ginóbili, Scola, Montecchia, Sconochini, Nocioni, Delfino, Hermann, Prigioni, Gutierrez, Wolkowyski son algunos nombres grandes de esta leyenda viviente.  La tentación me invade a hablar de Manu Ginóbili, el deportista argentino más grande de todos los tiempos. Pero estaría faltando el respeto a los ideales de este grupo. “Generación Dorada, El Alma, ponele el nombre que quieras” decía el periodista Juan Pablo Varsky en su columna radial del día miércoles, en la que terminó visiblemente emocionado. Son 15 años de estar en un nivel altísimo, de sembrar dudas en las grandes potencias, de competitividad plena en un Juego Olímpico, pero también en un preolímpico, en un triangular o en un amistoso contra quien sea.

La grandeza de estos tipos se evidencia en la historia del entrenador de EE.UU., Mike Krzyzewski, previo al choque entre norteamericanos y argentinos en Beijing 2008: “Los vi abrazados, festejando y alentándose. Iba con Mike D’Antoni y le dije ‘Mike, olvídate del scouting que hicimos, es a esto a lo que debemos vencer'». Ese es el legado, mucho más fuerte que cualquier campeonato o medalla. Ya lo decía el mencionado periodista en esa columna, que recomiendo escuchar para comprender la valía de estos deportistas: “Si hubo un equipo que inspiró a los Estados Unidos, ese es Argentina”. Traducción: “Si hubo un equipo que inspiro a éstos tipos (los que revolucionaron mundialmente este deporte), ese es Argentina”.

Tuvimos la suerte de ser contemporáneos de estos cracks, de estos tipos que, dentro de la cancha, siempre (pero siempre eh) fueron al frente, aún contra todas las adversidades. De estos tipos que, fuera de la cancha, olieron el tufillo de la crisis económica e institucional en la CABB y se metieron de lleno, sin importar el ‘que dirán’. No por el pasado o presente, sino por el futuro. De estos soñadores que nos hicieron ver 40 minutos de un deporte que muchos abandonaron cuando Michael Jordan se retiró o 48 minutos de esas noches de NBA, para apoyar a la distancia a nuestro MVP. De estos animales que nos inculcaron los mismos valores que cualquier padre quisiera que sus hijos tengan toda la vida. De estas leyendas que marcaron una época única. Por todo eso…Gracias de todo corazón por su legado eterno.

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